domingo, 26 de diciembre de 2010

A veces se aprende a las malas...


El 24 de diciembre me levanté de buen ánimo. Debo reconocer que la Navidad desde hace pocos años no causa ese sentimiento mágico o crea a mi alrededor esa esfera de energía, que ni siquiera Lord Voldemort hubiese podido penetrar.

Pero, sigo creyendo, sigo amando (creo, aunque sea a mi modo) y sigo tratando de transformarme para entender mejor la historia que me ha tocado vivir en esta vida. Sí, a pesar de que me rompieron el corazón a los doce años, cuando me dijeron que Papá Noel efectivamente no existía, que el sonido del trineo, que la sombra de un señor panzón con un gorro, habían sido traviesas ideas que se colaron en la realidad y que las luces que veía a medianoche, al horizonte, eran...bueno, no sé qué eran. ¿Habrá sido Papá Noel? No sé. La cuestión es que me dijeron que no existía, pero aún sigo teniendo mis dudas, porque siempre dudo. Por ese simploe hecho, porque no tengo pruebas. Yo digo que a lo mejor existe, pero posiblemente se va a aquellos lugares en que lo necesitan más o se presenta no precisamente a las 00:00, sino a lo mejor en una hora o lugar estratégicos.

Recordando ese día (hubiese querido que le tomen una foto a mi cara, para evitar todo este palabrerío), este 24/2010 tuve otra lección muy grande.

Muchos me escribieron y me llamaron ese día, se los agradezco y como casi siempre, traté de darles mi buena energía. Pero esa tarde que ya anunciaba la Noche Buena, estuvo a punto de anunciarme una tragedia: la muerte de mi querido Rolly, el perro que me ha acompañado durante trece años.

Creo que por cinco horas interpreté uno de los mayores drama de mi historia. Lloré tanto que estaba cansada de llorar, ya las lágrimas caían de a poquito como cuando dejas una llave mal cerrada. Lo veía triste, decaído, a veces temblando y solo pensaba en la hora que el veterinario llegara, en que R se recuperara del todo o en que muriera de una vez. Una agonía no hubiese sido justa para él. Creo que el dolor es parte de la suerte del "nirvana" del ser humano, pero de los animales, lo dudo. Una vez más, dudo.

Pero no murió y dejó de sufrir cuando el doctor finalmente llegó y le puso unas inyecciones y poco después, con su cara algo alicaída pero en pie, empezó a seguirme otra vez, como todos estos años.

Y estaba engreído. Y pasé algo estresada porque tenía miedo de que en cualquier momento empeorara. Uno nunca está preparado del todo para recibir la muerte. Ese aviso fue un "shock" para mí. Pero nuevamente cuando la Flaca esté por venir a recoger a Rolly, le abriré las puertas, pero no le permitiré hacer sus mañas. Esas le corresponden a esta terrestre.

Tuve una Navidad más con mis seres amados, y entre ellos, estuvo mi perro. Recordé a quienes se me habían ido ya a un mejor cielo que este suelo, y entre esos pensamientos estuvo mi Gorda, la Pandora, quien fue asesinada (envenenada) hace ya varios meses. Pero la pensé con alegría, ya de penas tenemos bastante.

Sí, aprendí que el amor existe y se manifiesta de mil formas y que cada quien tiene su forma particular de amar. Y como para iluminar el clímax dramático de esta historia, tengo que decir algo que Lord Byron dijo alguna vez: "cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro"...