sábado, 23 de abril de 2011

Algo que se me ocurrió...


(.)
Estábamos cuatro en la sala de operaciones: el doctor que me iba a sacar la vesícula, el anestesista que me iba a dormir, la enfermera que haría de todo un poco y yo. Ya estaba dormida, inconsciente –para ellos-, luego de que me pusieron esa mascarilla con el raro oxígeno que me fue sometiendo poco a poco. Por primera vez mi alma se había salido de mi cuerpo, ¿era un desdoblamiento? No sé, no sé, porque hasta la fecha sigo viéndome a mí misma en distintos lados.

En aquella ocasión, en la de la cirugía, vi cómo me querían sacar la tripa hasta que vieron un duendecillo escondido entre mis intestinos. Entre la sangre de mi cuerpo, ahí nadaba el pequeño ser. Los tres despiertos quedaron absortos, no supieron qué hacer con él. Al final lo sacaron con extremo cuidado con una de las pinzas. Era tan ínfimo y verde. Mi amigo visceral estaba durmiendo, pero no sabía lo que le esperaba cuando abriera sus ojos.

Me enteré de que poco tiempo después se lo habían llevado a un circo, los tres de la sala de operaciones se habían hecho una pequeña fortuna. Yo seguía ahí, en la camilla, desnuda, con mis entrañas abiertas al mundo. Yo los miraba, recuerdo, pero ellos no me veían, sus ojos solo veían lo que querían: el duende. Se perdieron en su limbo y me hicieron perder a mí también. Se olvidaron de su misión, de lo trascendental. Nunca sacaron mi vesícula (se olvidaron, supongo), me cerraron a la maldita sea la piel, apagaron las luces y se fueron.

Dijeron lo típico, que la operación se había complicado y que… No sé, solo sé que cuando se fueron y me dejaron sola en la camilla fría, con el aire acondicionado aún prendido, ya no me veía a mí misma desde afuera, veía hacia arriba desde donde tenía que verme: desde mis propios ojos…De ahí, vagué un tiempo más, vi a mi familia llorar, a mi perro verme con sus ojitos tristes, apenas reconociéndome en mi nueva faceta de ciudadana del más allá. Al final, ya me cansé de la Tierra y me vine, me vine a mi verdadero hogar, de donde nació esta historia. Así resulta escribir al fin y al cabo, ¿no?: convertirte en un extraño de ti mismo para encontrarte después, cuando le pones el (.) a la historia.